HISTORIA DE LAS ATARAZANAS DE SEVILLA

Estudiar las Atarazanas del rey en la ciudad de Sevilla ha sido, en primer lugar, una cuestión de emoción y de vocación. Al entrar por primera vez en el edificio, una vez que hubiera sido abandonado por el ejército y realizadas las intervenciones arqueológicas iniciales que le devolvieron alguna parte de su primitivo aspecto,
la sucesión de sus arcos y pilares, los ladrillos descarnados, los contraluces que producían en aquellas siete naves el sol que entraba
por la parte superior de las techumbre, convertían aquel espacio
en un lugar que me pareció mágico. Fue una verdadera impresión
encontrarme de pronto, en una ciudad en la que había vivido más
de medio siglo, con aquel verdadero superviviente de la historia. Si
solo una parte pequeña de aquel conjunto era capaz de crear semejante
impacto, cual no habría sido capaz de provocar en el siglo,
cuando, en vez de siete naves, las Atarazanas de las Galeras hubieran
tenido las 17 primitivas, y el piso, en lugar de estar elevado artificialmente
hasta casi el arranque de los arcos, se encontrase cinco metros
más abajo, creando un interior que alcanzaba más de 12 metros
de altura! Como historiador, visitar un viejo caserón siempre ha despertado
mi imaginación y el deseo de saber algo sobre quienes vivieron,
trabajaron o murieron en él. Si esa curiosidad la puede espolear
cualquier modesto inmueble de hace trescientos o cuatrocientos
años, cuánto más puede avivarla los restos de una gran construcción
con ocho siglos de historia, que corren a lo largo de nueve centurias,
desde mediados del siglo hasta las primeras décadas del
¡Cuántas historias nos podría relatar! ¡La atracción era inevitable!
Además, aquella edificación extraordinaria había sido levantada
para servir de arsenal y astillero para las galeras del rey de Castilla, y